Los maestros desempeñan un papel crucial no solo en la educación académica, sino también en el desarrollo integral de los jóvenes. Complementando el rol de los padres, contribuyen significativamente al crecimiento y la madurez de los niños al identificar problemas de salud y fomentar hábitos saludables.
El entorno escolar se convierte en un espacio clave para detectar trastornos alimentarios en los estudiantes. Por ello, es fundamental que los docentes estén bien informados sobre estas dificultades y puedan guiar a los jóvenes adecuadamente, abordando sus preocupaciones de manera discreta y respetuosa para evitar que se sientan juzgados.
La comunicación entre maestros y padres es esencial. Aunque se debe mantener la confidencialidad, cuando la salud física y mental de los estudiantes esta en riesgo ya no puede quedarse como un “secreto”.
De igual forma, es fundamental que el maestro sepa a quién recurrir después de hablar con el alumno, ya sea al departamento de psicología escolar, a profesionales médicos o clínicas especializadas, siempre informando a los padres.
El docente debe recordar que es un modelo a seguir para el niño y el joven, por lo que aprender a negociar con ellos y utilizar el “no” solamente frente a situaciones específicas que representan una amenaza. Debe favorecer el respeto y la comunicación mutua para poder brindar el apoyo requerido.
Asimismo, es crucial evitar devaluar sentimientos o ideas de los alumnos, adoptar actitudes excesivamente rígidas, culparse por expectativas no cumplidas o realizar comparaciones entre estudiantes.
Es vital prestar atención a señales de alerta, como cambios en la alimentación durante el recreo, pláticas entre los alumnos que en donde se hable de la importancia calórica en sus ingesta alimenticia, falta o exceso de actividad física, cambios en el peso corporal y alteraciones en el rendimiento académico, la autoestima o las relaciones sociales. Observar el uso de los baños y conductas purgativas también puede ser indicativo de problemas alimenticios.